La autoexperimentación, un elemento clave en el avance de la ciencia anestesiológica

La autoexperimentación, un elemento clave en el avance de la ciencia anestesiológica

· Desde 1800 hasta nuestros días, más de un centenar de anestesiólogos han experimentado en sus propios cuerpos los efectos de sustancias anestésicas, según Fernando Gilsanz Rodríguez, nuevo miembro correspondiente de la Real Academia de Doctores de España
· El primer anestesiólogo profesional de la historia, el australiano Rupert Hornabrook, se administró un anestésico inhalatorio, cloruro de etilo, mientras se hacía una pequeña cirugía
· La primera operación con éter se hizo en 1846, en Boston, después de que el doctor William Thomas Morton probara personalmente sus efectos
· En el siglo XIX, el ginecólogo escocés sir James Young Simpson inhaló varios fluidos volátiles y descubrió el anestésico más efectivo: el cloroformo, que administró a la reina Victoria de Inglaterra durante el parto de su octavo hijo

- Pie de foto.- El nuevo académico correspondiente de la RADE recibe el diploma acreditativo del presidente de la corporación, Jesús Álvarez Fernández-Represa.

MADRID (08-05-17).- La autoexperimentación de fármacos y terapias es una constante en el campo de la medicina y, de forma específica, en el de la anestesiología, como confirman más de cien casos, de los 465 que registra la literatura científica entre 1800 y 1999, que han continuado aumentando hasta nuestros días. Los anestesiólogos han comprobado en sí mismos los efectos y la seguridad de los fármacos y las técnicas anestésicas y, con confianza en sus conocimientos, compromiso con los enfermos y valores éticos han hecho avanzar la ciencia anestesiológica, como afirmó el doctor Fernando Gilsanz Rodríguez, al tomar posesión como académico correspondiente de la Sección de Medicina de la Real Academia de Doctores de España (RADE).

Según el nuevo miembro de la RADE, el primer anestesiólogo profesional de la historia, el australiano Rupert Hornabrook, se administró un anestésico inhalatorio, cloruro de etilo, mientras se hacía una pequeña cirugía. La autoexperimentación ha sido criticada en ocasiones porque no se hacía con las debidas garantías, tanto personales como metodológicas; sin embargo, como señaló Gilsanz, algunos autoexperimentadores han recibido el Premio Nobel por sus trabajos, como William Ramsey, galardonado en 1904 por su investigación con gases inertes, entre otros.

De los autoexperimentadores anteriores a 1846, Gilsanz destacó a sir Humphry Davy, que comprobó en su propia persona los efectos del óxido nitroso. Davy escribió, en 1800, un tratado sobre investigación química y filosófica de este gas, en el que afirma que, cuando le dolían las muelas, lo inhalaba dos o tres veces y se le quitaba el dolor, lo que demostraba que era un anestésico, e, incluso, se aventuró a asegurar que el óxido nitroso era capaz de abolir el dolor en las intervenciones.

La primera intervención con éter

Del periodo 1846-1870, Gilsanz citó los experimentos de William Thomas Morton con el éter. El 16 de octubre de 1846, en Boston, Morton hizo la primera demostración pública de un anestésico quirúrgico. Un cirujano y un odontólogo administraron éter como anestesia a un paciente con un tumor en la parótida, para intervenirle. Para sorpresa del doctor Warren, que era el cirujano, y de los demás caballeros presentes, el paciente no se encogió ni gritó, aunque durante la operación empezó a mover los miembros y a proferir expresiones extraordinarias. Esos movimientos parecían denotar la existencia de dolor, escribió Morton. Mas, una vez recuperadas las facultades, el operado dijo que no había experimentado dolor, sino la sensación de que le rozaban la región intervenida con un instrumento romo. Hoy los anestesiólogo sabemos, continuó Gilsanz, que aquél fue un éxito relativo, porque hubo movimiento, lo que denota cierto grado de despertar. Lo resaltable, subrayó el recipiendario, es que Morton había probado personalmente el éter en su despacho y había confesado a su mujer que había quedado inconsciente. Morton pasó a la historia, pero no publicó sus experimentos, tarea de la que se encargó el ayudante del doctor Warren.

En el siglo XIX, un ginecólogo escocés, sir James Young Simpson, inhaló varios fluidos volátiles de agradable olor con la esperanza de que pudieran tener las ventajas del éter, sin sus inconvenientes, y acabó descubriendo el más efectivo: el cloroformo. Simpson se puso en contacto con John Snow, otro pionero de la autoexperimentación y de la historia de la medicina. Ambos fueron llamados por la reina Victoria de Inglaterra para que la anestesiaran durante el parto de su octavo hijo, el príncipe Leopoldo, que nació el 7 de abril de 1853. El hecho provocó un editorial de The Lancet, la revista más influyente del país, en el que se criticaba que se hubiera puesto en peligro la vida de la soberana; pero su majestad resolvió la polémica al calificar su anestésico de “adorable cloroformo”. Snow publicó los resultados de sus autoexperimentos realizados de 1845 a 1855 con anestésicos como: éter, cloroformo, nitrato de etilo, bisulfito de carbono, benceno, bromoformo de etilo y dicloroetano.

En España, Casares Rodrigo, catedrático de Química de la Universidad de Santiago de Compostela, comprobó por sí mismo, en febrero de 1847, las propiedades del cloroformo y las comparó con las del éter, que había experimentado diez meses antes.

Del siglo XX, Gilsanz mencionó a Frederick Prescott, director de investigación de la clínica Burruoghs Wellcome, que experimentó con fármacos que actúan sobre la unión neuromuscular y que entrañaban riesgos evidentes. Prescott publicó los trabajos de autoexperimentación y los clínicos que hizo con otros profesores. Describió cómo se administró diez miligramos de curare, que le hizo sentirse muy débil. Podía mover brazos y piernas, pero tenía los músculos faciales y del cuello paralizados. No podía hablar bien, solo alcanzaba a modular palabras sueltas. Veía doble. Pasados quince minutos, el vigor retornó a la musculatura y la fuerza reapareció en sentido inverso al de la paralización. El paso siguiente fue aumentar la dosis a veinte miligramos, con consecuencias un poco más fuertes. Pero, al llegar a los treinta miligramos, “a los dos minutos, tenía la musculatura de la cara, el cuello, los brazos y las piernas completamente paralizados. No podía hablar ni abrir los ojos. Al tercero, se me paralizaron los músculos de la respiración. No me ponía cianótico, pero tenía la sensación de que me estaba ahogando. Sentía que me ahogaba en mi propia saliva, porque, por entonces, no podía tragar ni toser”. El doctor sir Geoffrey Organe, que supervisaba el experimento, le administró oxígeno, pero Prescott seguía ahogándose, por lo que Organe le inyectó un antídoto del curare, neostigmina, que no fue suficiente, y tuvo que seguir asistiéndole con ventilación hasta su recuperación total.

Prescott no fue el único en autoexperimentar con curare, sino que hubo más casos, como el de la anestesióloga Helen Barnes que, por la misma época, dejó que se lo administrasen, y sufrió los mismos síntomas de la miastenia gravis, una enfermedad que provoca debilidad muscular extrema.

Autoexperimentación y alto secreto

Otto K. Mayrhofer, considerado el introductor de la anestesia moderna, publicó en 1952 sus autoexperiencias y resultados con otro relajante, la sufilcolina. Destacó, a continuación, Gilsanz a un anestesista poco conocido del siglo XX: Edgar Alan Pask, que fue ayudante de Macintosh, el primer catedrático de Anestesia de Europa, en Oxford. Al comenzar la II Guerra Mundial se crearon en el Reino Unido centros secretos de experimentación, como el Instituto de Fisiología de la Royal Air Force, para estudiar la forma de evitar la muerte a los pilotos en múltiples circunstancias, como, por ejemplo, al saltar en paracaídas a 400 pies de altura, al estar en peligro de ahogarse en el mar, o cuál era el mejor chaleco salvavidas para un piloto inconsciente, etc. Macintosh y Pask trabajaron y autoexperimentaron en estas materias con estudios que han sido secretos hasta hace poco.

Pask aprovechó su labor para hacer su tesis doctoral, en la que el doctorando y el paciente eran la misma persona. Aspiró éter, probó distintos métodos de ventilación artificial pulmonar, se le paralizó con curare antes de que esta sustancia se utilizara como anestésico y ensayó gran variedad de chalecos salvavidas y dispositivos de flotación en diferentes condiciones. Indudablemente, añadió Gilsanz, durante estas y otras pruebas sufrió aspiración con daño pulmonar. Pask, al que se recuerda más en los libros de historia que en los de medicina, fue condecorado por el rey Jorge VI con la orden de caballero del imperio británico, y la asociación de anestesistas de Gran Bretaña creó el premio Pask Certificate of Honor.

Una carrera dedicada a la anestesiología

Desde 2001, Gilsanz ejerce la jefatura del Servicio de Anestesia-Reanimación del Hospital Universitario la Paz; y, en 2007, consiguió la cátedra de Anestesiología-Reanimación y Terapéutica del Dolor en la la Universidad Autónoma de Madrid. Sus aportaciones pioneras se han publicado en las más destacadas revistas europeas y americanas de su área. Ha sido investigador principal en 22 proyectos de investigación financiados por agencias externas, ha dirigido 114 trabajos de suficiencia investigadora y 40 tesis doctorales. Ha publicado 200 artículos en revistas nacionales y 70 en extranjeras, 120 ponencias y conferencias en congresos y 400 comunicaciones. Ha editado cinco libros y es autor de 60 capítulos en libros y monografías nacionales, así como de siete capítulos en tratados extranjeros.

Gilsanz ha representado a España en la Sociedad Europea de Anestesia y la Federación Mundial de Sociedades de Anestesiólogos, y es miembro de la Academia Europea de Anestesiólogos, así como del Examination Committee in Anaesthesia and Intensive Care de dicha academia. Desde 2006 pertenece al European Board of Anaesthesiology, Intensive Care Medicine, Emergency Medicine and Pain Treatment, de la Unión Europea de Médicos Especialistas; y ha dirigido 53 cursos convocados por estas organizaciones.