La corrupción política no inquietaba tanto en España cuando había crecimiento y estabilidad económica

Expertos en ciencia política analizaron la situación de nuestra democracia en el Foro de Encuentro “Qué esperan los españoles de los poderes públicos”, organizado por la RADE

La corrupción política no inquietaba tanto en España cuando había crecimiento y estabilidad económica

Durante los primeros treinta años de democracia, tras una transición consensuada, rendimientos institucionales, sociales y económicos e indicadores de satisfacción incomparables con otras democracias y una autoestima reconocida como el “milagro español”, la sociedad española era lo suficientemente cínica para considerar la corrupción como un precio que había que tolerar por el crecimiento, el desarrollo y la estabilidad. Pero, cuando ha habido que pagar a escote la crisis económica, la corrupción se ha convertido en un problema, no porque no existiese o no la viésemos antes, sino porque no nos inquietaba tanto. Esta es una de las ideas expresada en el Foro de Encuentro “Qué esperan los ciudadanos de los poderes públicos”, organizado por la Real Academia de Doctores de España (RADE), que presidió el titular de la entidad, Jesús Álvarez Fernández-Represa, y moderó Antonio Jiménez Blanco, catedrático de Derecho Administrativo, de la Universidad Politécnica de Madrid, y Académico de Número de la corporación.

Lo que los ciudadanos deben o no esperar de la política subyace, en parte, en que, desde el siglo XX, entendemos la política como una esfera propia diferente de otras, como la economía, la religión o las bellas artes, con cuyas propuestas entra en tensión la política, apuntó Joaquín Abellán García, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Complutense, secretario de la Revista de Estudios Políticos, y miembro del Grupo de Investigación “Política y sociedad en la Europa del siglo XIX”; que ha dedicado la mayor parte su tarea investigadora a la traducción de las obras de Max Weber, y a la tolerancia religiosa a lo largo de la historia.

Abellán precisó que, tras la Segunda Guerra Mundial, el Estado parece reinventarse. La globalización le plantea un reto porque la base nacional que lo legitima pierde peso ante instancias supranacionales o económicas que se imponen a su soberanía. Surgen movimientos de acción colectiva que se presentan como alternativa al Estado representativo, basados en una cultura de valores postmateriales que prende en el mundo occidental que tiene resueltas sus necesidades básicas: pacifismo, comunitarismo, solidaridad, calidad de vida, medioambiente, etc.

Una dificultad para que se cumplan expectativas de los ciudadanos deriva de que asuntos políticos de interés general, como infraestructuras o educación, necesitan continuidad en plazos de tiempo más largos que los que permiten continuos cambios de gobierno. Partidos políticos y agentes sociales, advirtió Abellán, deberían tener en cuenta esta particularidad por encima de sus propios intereses. Por otro lado, la democracia y la mayoría no pueden ignorar el Estado de derecho, las normas básicas plasmadas en la Constitución, que son una limitación de la democracia. De igual modo, la relación entre democracia e igualdad puede llevar a una democracia condescendiente, exigente y regalada al mismo tiempo, que puede sobrecargar la economía del país y el conjunto de la sociedad con las expectativas que generan los partidos en campaña electoral. El interés de los partidos por conseguir votos y la posibilidad de cumplir sus promesas, a veces entran en colisión, subrayó el ponente. Si los partidos se oligopolizan y se blindan cuando están en el poder, con un clientelismo programado y dirigido, pueden frenar la transparencia y la protección contra el abuso de poder que asegura el sistema democrático.

La base de la cuestión, para Abellán, está la tensión entre los intereses de los partidos y de los ciudadanos con el interés general, que es el que el Estado debe defender. Si eso ocurre “el sistema democrático y la voluntad popular entran en tensión con el Estado de derecho y con los intereses generales, porque los ciudadanos pueden querer cosas que no deben ser queribles o deseadas, porque pueden responder a intereses particulares que no se corresponden con los generales”.

Crisis de representación

Para Fernando Vallespín Oña, catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid, reconocido experto en teoría política, expresidente del Centro de Investigaciones Sociológicas, autor de artículos académicos y capítulos de libros y colaborador en medios de comunicación, el problema afecta a la democracia liberal, incapaz de sortear una crisis de representación. “Este es un momento populista, la situación idónea para que aparezcan movimientos que pretenden redimir al pueblo de la casta”, afirmó.

Según Vallespín, esta crisis se fundamenta en que los partidos aparecen ante los ciudadanos como integrantes de una estructura más cercana entre ellos mismos que de la ciudadanía, se benefician de pertenecer al estamento político y comparten intereses de clase política. Por eso se habla de casta. Al constituir un cártel, a pesar de la crispación entre ellos, no ofrecen alternativas; y “si se elige entre las mismas cosas, no se cumple la promesa democrática”.

Se refirió al clientelismo como la especie de acuerdo tácito entre políticos que satisfacen intereses y ciudadanos que les conceden el voto. Pero, cuando llega la crisis económica y el Estado deudor ya no puede seguir pagando las mismas prestaciones, se rompe ese pacto. No obstante, los partidos siguen prometiendo, a sabiendas de que no pueden hacer lo que dicen. “Es cuando se frustran las expectativas cuando empezamos a tener problemas en los sistemas políticos. Y, cuando se da esta ruptura o debilitamiento de mediación entre sociedad y política, el populismo trata de resolverla haciéndose único representante del pueblo, lo que va en contra de la democracia liberal representativa”, continuó Vallespín.

Otra dimensión del conflicto entre ciudadanos y poderes públicos es la ruptura del “elemento delegativo de la representación”, porque las nuevas tecnologías permiten al representado estar permanentemente presente, lo que rompe la autoridad del político, sistemáticamente vapuleado, no solo por los medios de comunicación, sino por las redes sociales. El sistema democrático no puede sobrevivir sin generar expectativas, concluyó Vallespín: “Bajo un gobierno democrático el ciudadano espera que quien gestiona su vida le dé lo que le ha prometido; de lo contrario, se rompe la confianza y estamos casi a un paso de la crisis de legitimidad, como proponen los populismos. Luego, el problema está dentro del mismo sistema”.

De confiados a insatisfechos

Tras una transición consensuada, rendimientos institucionales, sociales y económicos e indicadores de satisfacción incomparables con otras democracias y una autoestima reconocida como el “milagro español”, la sociedad española vivió los primeros treinta años de ese periodo con expectativas positivas, despreocupada de la gestión política y exceso de confianza. Pero, en el último decenio coinciden un cambio generacional y una crisis económica que nos obliga a replantearnos cosas olvidadas en esa borrachera de euforia, crecimiento, mejora y modernización indiscutible, manifestó Francisco Llera Ramo, catedrático de Ciencia Política en la Universidad del País Vasco, donde fundó y dirige el Euskobarómetro desde 1995. Exdirector del Instituto Vasco de Estadística y experto investigador en opinión pública, actitudes políticas y cultura política, es autor de un estudio sobre las causas de la desafección política en España y plantea propuestas para una regeneración democrática.

En 2004, la satisfacción con la democracia en España era del 70 por ciento, agregó Llera. Solamente nos ganaban Dinamarca, Luxemburgo y Finlandia. Y todavía en 2007 los españoles éramos el país más europeísta de la UE. Esa corriente ha cambiado, posteriormente, de forma radical; ya no somos tan europeístas. A pesar de la crítica y la desconfianza, los españoles no ven alternativa a la democracia liberal, con un 8,5 sobre diez por encima del promedio europeo. Pero, al evaluar nuestro modelo de democracia, estamos entre los más críticos, con un 5,5, por debajo del 6,3 europeo.

En ese salto de la satisfacción a la insatisfacción, la ciudadanía ha puesto la lupa en la clase política y, particularmente, en los partidos y algunas instituciones. Somos de los países de la UE con mayor desconfianza institucional, prosiguió Llera. Los problemas económicos han empezado a preocupar menos, para poner en su lugar a los políticos y, especialmente, la corrupción, lo que ha agudizado las dificultades de nuestra democracia, entre otras cosas, porque no se abordaron a tiempo reformas y cambios en la rendición de cuentas ante los ciudadanos.

Es llamativo, según Llera, que mucho antes de la crisis económica partidos y sindicatos estuvieran entre las instituciones peor valoradas y que generaban mayor desconfianza, y que se demandaran de forma muy mayoritaria reformas en el sistema institucional y la Constitución. Pero la clase política hizo oídos sordos, continuó el ponente. Los dos grandes partidos sumaban más del 80 por ciento de los votos hasta 2011, y ahora se han quedado con poco más del 50. Los dos nuevos actores que han irrumpido en el escenario político resultan decisivos para el equilibrio, el reparto de poder y las decisiones políticas; aunque solo han arrebatado a los dos grandes un tercio del voto perdido, porque el fenómeno que destaca, por ser desconocido en España desde la Transición, ha sido una importante desmovilización del electorado. La revolución electoral se ha producido con una participación inferior al 70 por ciento, cuando en la primera etapa del periodo democrático cualquier alternancia de gobierno contaba con un 80 por ciento de participación, dijo Llera.

Cinismo ciudadano y corrupción

La inmensa mayoría de los españoles estaba de acuerdo con muchas reivindicaciones del 15-M, como se observa al testarlas en las encuestas. Los encuestados las consideraban necesarias, y simpatizaban con aquel movimiento y sus planteamientos, “aun no conociendo muy bien sus entresijos”, aseveró Llera. Pero, cuando el 15-M se convierte en una expresión política organizada, el voto se distancia. Otro factor relevante hasta 2011, cuando PSOE y PP reunían la máxima concentración del voto, era que los ciudadanos cuestionaban la crispación política generada por la confrontación entre ambos partidos porque repercutía en su vida diaria y sus relaciones personales, y añoraban el consenso de la Transición.

Llera rechazó la idea de que los españoles somos pasivos y poco participativos. “Esta es una verdad a medias. Lo que pasa es que hemos sido muy confiados, y eso ha permitido la consolidación en una etapa muy positiva de la democracia. Pero, la frustración de esa confianza ha generado indignación con la clase política, sobre todo por la corrupción. Éramos suficientemente cínicos para considerar la corrupción como un precio que había que pagar por el crecimiento, el desarrollo y la estabilidad; hasta que nos la hicieron pagar a escote con la crisis económica. Fue entonces cuando la corrupción se ha convertido en un problema, no porque no existiese o no la viésemos antes, sino porque no nos inquietaba tanto”.

Durante el coloquio, Abellán aseguró que los pactos políticos son manifiestamente necesarios, pero se ideologiza hasta tal punto de que se ve al otro como lo opuesto, se crean estereotipos de verdadero/falso, amigo/enemigo, mientras se ignoran las bases del Estado de derecho y no se acepta a los otros y la realidad. Por su parte, Llera señaló que en España sigue funcionando la ideología. La mitad de los electores tiene clara su opción, incluso antes de una campaña electoral. No hay trasvase de votos de izquierda a derecha, o viceversa, como en otros países europeos, aunque esa tendencia estuvo a punto de romperse con el cambio generacional a partir de 2000, porque los jóvenes no tienen la ideologización que tenemos los mayores, y hay partidos que lo aprovechan para agudizar las diferencias con simplificaciones polarizadas.