José Echegaray, homenajeado por la Real Academia de Doctores de España

El Nobel de Literatura de 1904, intelectual poliédrico, político cabal y literato postergado no abandonó nunca su vocación ingenieril

José Echegaray, homenajeado por la Real Academia de Doctores de España

Intelectual poliédrico, ingeniero vocacional durante toda su vida, liberal convencido, político demócrata y cabal, introductor de la economía matemática en España, escritor prolijo y controvertido aunque fue laureado con el Nobel de Literatura de 1904, el postergado y vituperado José Echegaray y Eizaguirre, ha sido homenajeado al cumplirse el centenario de su muerte por la Real Academia de Doctores de España (RADE), en una sesión presidida por Jesús Álvarez Fernández-Represa.

La faceta de ingeniero de José Echegaray es, probablemente, la menos conocida, según Fernando Sáenz Ridruejo, doctor ingeniero de Caminos, Canales y Puertos e historiador. Hasta tal punto llega ese desconocimiento, que el ponente ofreció una primicia todavía no escrita que respalda su afirmación de que fue el carácter de ingeniero el primero de sus perfiles vocacionales. Siempre se ha dicho que cuando llegó la Restauración, el personaje se hizo autor teatral, ganó dinero y se olvidó de las obras públicas. “Pero, esto no es cierto”, aseguró Sáenz Ridruejo, porque, como consta en los escalafones del Cuerpo de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, de 1876 a 1880, figura como ingeniero jefe de primera supernumerario al servicio de la Compañía de Ferrocarriles de Madrid a Malpartida de Plasencia, una vía férrea que se construyó justo en esos años. Y cuando, en 1881, la línea llegó a Malpartida, participó en las negociaciones con accionistas franceses para crear otra compañía que habría de llevar el ferrocarril a Cáceres y a Portugal.

Acabó la carrera en 1853, con el número uno de su promoción, formada por catorce alumnos, de la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid, considerado el centro docente más exigente de la capital, en el que hubo años en los que no llegó a salir ningún graduado. En la escuela trabó amistad con tres compañeros, que le acompañaron toda la vida: Leopoldo Brockmann, que le infundió la afición al teatro; José Caunero, cuñado de la esposa de Echegaray, Ana Perfecta Estrada, y Eduardo Gutiérrez Calleja, al que van unidos sus trabajos como ingeniero. Como funcionario del Ministerio de Fomento, fue destinado al servicio ordinario en la provincia de Almería, de la que dependía la de Granada. Pero, con la revolución de Vicálvaro, volvió a la escuela como profesor de cálculo diferencial y de casi todas las asignaturas del programa. Su labor como profesor terminó con la Revolución del 68, que supuso el destronamiento de Isabel II, cuando decidió pasar a la política. 

Una muestra de su capacidad ingenieril es que, cuando fue invitado a visitar el túnel de Mont Cenis, entre Francia e Italia, no le enseñaron la novedosa máquina tuneladora que se uso en la obra, pero a partir de los apuntes que tomó de las explicaciones que le dieron, describió el artilugio y sus componentes.

Entre 1868 y 1874, fue Director General de Obras Públicas, Agricultura, Industria y Comercio, en Fomento, con el ministro Ruiz Zorrilla, al que sucedió al frente de la cartera. De esta época, destacó Sáenz Ridruejo algunas actuaciones. La primera, que calificó de nefasta, dejar en manos de diputaciones, ayuntamientos y empresas la red de carreteras, según el modelo inglés; una idea liberal que funcionó en Inglaterra, pero que, “en una España pobre y vacía, degradó toda la red”. En cambio, fue mejor idea la creación de juntas de obras de puertos y la construcción de la presa de El Villar.

Pasión por la ingeniería

De que nunca abandonó su interés por toda la ingeniería dan prueba las muchas actuaciones que desarrolló a lo largo de su vida. Entre ellas, presidir una comisión para estudiar el paso subterráneo del ferrocarril por la barcelonesa calle de Aragón; o el apoyo que dio a proyectos de ingeniería, como el submarino de Isaac Peral, sobre el que publicó más de 27 artículos; los dirigibles de Santos Dumond o de Torres Quevedo, o el uso del velocípedo.

Para acabar, el ponente aludió al libro de 300 páginas que, con motivo de su visita al V Congreso Internacional de Ferrocarriles, celebrado en París, en 1900, al que acudió al frente de una comisión española integrada por otros dos ingenieros, elaboró Echegaray sobre los 42 temas abordados en el acontecimiento, con vistas a su aplicación en los ferrocarriles españoles.

A la pregunta de por qué se concedió a Echegaray el Premio Nobel de Literatura, respondió Sáenz Ridruejo que, en su opinión no especializada en aspectos teatrales, debió influir que algunas de sus primeras obras se tradujeron en Europa y, concretamente, en Suecia, donde tuvieron bastante éxito, quizá porque los escandinavos tenían un sentido romántico que iba en la línea del autor. Y también debió pesar el perfil político del candidato, que compitió con autores de tanto renombre literario como Tagore e Ibsen, entre otros.

Librecambista y krausista

Del Echegaray economista habló Victoriano Martín Martín, Académico de la Sección de Ciencias Políticas y de la Economía. El homenajeado fue implicándose progresivamente en las polémicas sobre economía política que tenían lugar en el Madrid de mediados del siglo XIX. Fue uno de los fundadores de El economista con objeto de difundir las ideas librecambistas. En 1857 figuraba entre los primeros afiliados a la Sociedad Libre de Economía Política de Madrid, y en 1859 creó, con otros librecambistas, la Asociación para la Reforma de Aranceles de Aduanas.

Echegaray, lo mismo que otros partidarios del libre cambio, se mostró próximo a la filosofía de los krausistas, así como a la línea política de los demócratas individualistas. Era un liberal individualista de “la escuela economista”. Como diputado por Asturias en las Cortes constituyentes, defendió la reducción de aranceles. Era contrario a los proteccionistas, para los que la apertura de las aduanas arruinaría a los agricultores cerealistas y a los ganaderos españoles, y afirmaba que el librecambio no inundaría España de trigos extranjeros, sino que produciría una regulación automática de los precios; al tiempo que advertía del peligro de primar el contrabando que provocaban unos aranceles relativamente altos.

Frente a la teoría objetiva del valor de los economistas clásicos y la teoría subjetiva de los marginalistas, adoptó la de Marshall de la oferta y la demanda. En teoría monetaria era un cuantitativista que aplicaba la teoría de Hume del mecanismo de flujo de especie. Sin embargo, parece que pensaba que el tipo de interés era un fenómeno monetario.

Ministro de Fomento en dos periodos, ocupó también la cartera de Hacienda en tres ocasiones, y desarrolló una labor notable en la política económica, especialmente financiera y bancaria. Tal vez el episodio más conocido, y desde el punto de vista de los liberales más controvertido, fue la firma, en 1874, del decreto que concedía el monopolio de emisión de billetes al Banco de España para toda la nación. En el preámbulo del decreto, despliega tanto su capacidad retorica como sus conocimientos económicos para fundamentar la decisión: “Abatido el crédito por el abuso, agotados los impuestos por vicios administrativos, esterilizada la amortización por el momento, forzoso es acudir por otros medios para consolidar la deuda flotante y para sostener los enormes gastos de guerra”. “No se podía expresar de forma más clara y hasta dramática la dura  realidad financiera de la España del siglo XIX, por lo que, aunque muy liberal, estableció el monopolio de emisión. El pragmatismo se imponía”, mantuvo Martín.

Tal vez la faceta menos estudiada, pero sin duda más interesante, es la de su papel como introductor de la economía matemática en España. Confesó no saber una palabra de economía política, ni de sociología, ni había leído a Bentham, ni había estudiado la moral utilitaria. Pero, con método matemático había desarrollado toda una teoría egoísta, cuyo problema único era combinar nuestros actos de modo que resulte la máxima suma de placer en un periodo determinado de la vida.

Entre los primeros intelectuales de su tiempo

Finalmente, Luis Prados de la Plaza, Académico de la Sección de Humanidades, analizó la vertiente literaria del homenajeado, del que dijo que, cuando las circunstancias políticas influyen tanto como para ignorar la verdadera calidad de los vecinos, estamos obligados a devolverles en pleno siglo XXI la admiración y el respeto de los valores que les negaron a personajes ilustres tan reconocidos en todo el mundo, como es el caso de Echegaray, al que situó “entre los primeros intelectuales de su tiempo”.

Reconoció De la Plaza la calidad del personaje polifacético cabal allá donde acudía: la ingeniería, la literatura, la ciencia matemática, el ejercicio político y otros campos del saber fueron testigos. Fue el autor de la Ley de Bases de Ferrocarriles, lo mismo que propuso el monopolio para la emisión de billetes del Banco de España; su labor política durante toda su vida fueron dignas de elogios, porque siempre la realidad de su talento estuvo por delante.

Cuando obtuvo el deseado Premio Nobel de Literatura, en 1904, compartido con Frédéric Mistral, un sector destacado de nuestra sociedad se mostró escandalizado, especialmente, algunos escritores de la Generación del 98, Alas “Clarín”, la Pardo Bazán y algunos más. Les parecía indiferente que Echegaray llegara a estrenar alrededor de setenta obras de teatro, la mitad de ellas en verso, que fuera Presidente del Ateneo de Madrid y la Asociación de Escritores y Artistas. Admirado por Pirandello y Bernard Shaw, entre otros muchos, fue Director de la Academia Española de la Lengua; senador vitalicio o Presidente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

“Las obras de este excepcional escritor merecen, señaló el ponente, el reconocimiento completo que no fue otorgado por unanimidad durante su vida. Sus libros deben de leerse enteros y, algunos, más de una vez. Los de Echegaray, que todavía están de actualidad, merecen repasarse en sesión continua. Sólo así rescataremos su verdadero reconocimiento”, concluyó De la Plaza.