El foro de encuentro sobre los límites de la libertad de expresión puso de relieve la complejidad del tema

Responsables universitarios, comunicadores, representantes religiosos y académicos aportaron sugestivas reflexiones al debate

El foro de encuentro sobre los límites de la libertad de expresión  puso de relieve la complejidad del tema

“El matrimonio, maravillosa institución, pero de complicado manejo”. Al pedir prestado esta frase del marqués de la Valdavia para aplicarla al caso de la libertad de expresión y de sus límites, el doctor Enrique de Aguinaga López esbozó la dificultad del tema elegido para el primer foro de encuentro organizado por la Real Academia de Doctores de España (RADE), en su nueva etapa. La sesión congregó a miembros de diversos sectores relacionados con la cuestión propuesta: responsables de facultades universitarias de derecho, comunicación, filosofía o humanidades; profesionales de medios de comunicación y representantes de confesiones religiosas, además de un nutrido grupo de académicos.

Moderados por el doctor Ángel Sánchez de la Torre, de la Sección de Derecho, el doctor Pedro Rodríguez García, de la Sección de Teología, y el doctor Aguinaga, de la de Humanidades, introdujeron el foro titulado “¿Tiene límites la libertad de expresión?”.

El derecho a la libertad de expresión y difusión se reconoce y protege en el artículo 20 de la Constitución Española, como apuntó Aguinaga. Este derecho incluye tres modalidades: la producción y creación literaria, artística, científica y técnica; la libertad de cátedra, y la extensivamente llamada libertad de prensa. El ponente recorrió todos ellos, no sin dejar de expresar críticas de orden lingüístico, en unos casos, y de contenido, en otros, a la redacción.

El texto constitucional establece límites al conjunto de derechos a la libertad de expresión, como son el respeto a los derechos reconocidos en el título primero: la dignidad de la persona, la igualdad ante la ley, el derecho a la vida, la consideración de las creencias religiosas de la sociedad española y el mantenimiento de las consiguientes relaciones con la Iglesia Católica, y el derecho y el deber de defender España. Y especialmente también, en el derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen, y a la protección de la juventud y de la infancia.

La jurisprudencia del Tribunal Constitucional, continuó Aguinaga, deja al margen de la libertad de expresión los contenidos injuriosos o vejatorios, desvinculados de las ideas que se pretenden trasmitir a la opinión pública. “Pero, luego, en los fallos de los tribunales, operan las interpretaciones y hay una prevalencia oscilante entre el derecho al honor y el derecho a la libertad de expresión, se justifican los excesos del escrache, late el llamado derecho a la blasfemia y se absuelve a Javier Krahe que, en un video emitido por televisión, explica como cocinar un crucifijo jugando con la idea de la transustanciación y la resurrección del dogma católico”, agregó.

En la realidad fáctica y vulgar, prosiguió, “la censura invisible funciona a pleno rendimiento. Censura invisible, más efectiva y poderosa que la vieja y ridícula censura con oficina, tan denostada”. Para cerrar su intervención, Aguinaga recordó la respuesta que recibió de Jesús de Polanco, editor de El País, al que, sonriente, “como pidiendo limosna”, pidió un poco de derecho a la libertad de expresión: “No. Usted tiene todo el derecho a la libertad de expresión. Lo que ocurre es que no lo puede ejercer...”

Para Pedro Rodríguez, el reconocimiento de la libertad de expresión en la Constitución, “es la gran conquista de la civilización”. Según el ponente, las leyes tienen que ir señalando el camino en beneficio de la cultura, el país y la humanidad. No obstante, Rodríguez entiende que es insuficiente la mera legalidad para el buen ejercicio de la libertad de expresión y es preciso captar los límites inmanentes de este derecho, que procede del fondo del hombre que trata de comprender qué es ser hombre y cómo hemos de convivir. Y la clave hermenéutica la encuentra en el artículo 10 de la Constitución: la dignidad de la persona humana

Los límites de la libertad de expresión bien ejercida, en opinión del doctor Rodríguez, no proceden pues de lo que digan las leyes, sino de la conciencia que cada uno de nosotros establece de la dignidad humana, lo que conduce a respetar en todo momento a las personas y, consecuentemente, todas las religiones.

Coloquio

Iniciado el coloquio, el doctor Pedro Rocamora planteó si la misión de la libertad de expresión es pararse o seguir avanzando. Subrayó como límites claros la calumnia y la injuria, y agregó que se tata de un principio fundamental reconocido en la Declaración de los Derechos Humanos, indispensable, a su vez, para complementar las libertades previas de pensamiento y de conciencia. Y terminó proclamando la sospecha de que la libertad de expresión no interese al poder, porque implica un riesgo para los instalados; de ahí que sea necesario defenderla.

Se sumó a la opinión de Rocamora el doctor Aguinaga desde su óptica de periodista: “La madre del cordero es la relación del poder con la información. Todo poder tiende a la captura de la información y, para ello, tiene que poner en cuestión el derecho a la libertad de expresión”.

Para el archimandrita de la Iglesia Ortodoxa Griega, Rogelio Sáez Garbó, el problema de la libertad de expresión radica en que “la consideramos un derecho personal que los demás no tienen, y nos cuesta mucho admitir cuando el otro, ejerciendo lo mismo que reclamamos para nosotros, nos molesta en sus opiniones, en sus palabras, en sus dichos”. Y subrayó que, si todas las personas son sujetos de respeto y de derecho y las ideas se pueden discutir, la cuestión está en no dañar a los demás cuando se entabla el debate dialéctico,

El conflicto surge, según el doctor Rodríguez, cuando se considera delictiva la manifestación que un sujeto cree respaldada por su libertad de expresión, con la referencia penal que el poder ha establecido para limitar ese derecho, lo que da lugar a una problemática indisoluble. El ponente insistió en que, partiendo de que todos tenemos libertad de expresión porque brota de la dignidad humana, he de expresarme de manera que las otras personas no se vean ofendidas por mi palabra. Y añadió que tanto quienes crean en Dios como los que no tienen que convivir y respetarse, en respuesta a la intervención del doctor Luis Martínez-Calcerrada, quien había aducido que si la dignidad humana viene de la creación divina del hombre, ¿acaso los que no creen en Dios no tienen dignidad?

Quiso extraer la discusión del ámbito jurídico el decano de la Facultad de Derecho (ICADE), Íñigo Navarro, al mantener que la libertad de expresión no debería estar limitada, salvo cuando colisiona con el derecho de otro. “Una cosa es que se limite poco este derecho, y otra distinta que yo esté en contra del posicionamiento de otro. Me opondré contra todo pensamiento racista, pero no sé si puedo prohibir que alguien lo exprese”, argumentó, para concluir que no se debería mezclar lo jurídico con la ética y la política.

En este punto, Pedro Rodríguez señaló que el debate venía a demostrar “la complejidad fáctica, histórica y contemporánea del tema”, razón por la cual trataba él de sostener que en la dinámica real de la vida de un país tendría que influir mucho más la autoconciencia de los ciudadanos de que la libertad de expresión debe emplearse para el servicio de los demás, “no para hacer lo que me dé la gana, sino para enriquecer la vida humana”. Por eso Rodríguez, tras poner toda su esperanza en la educación y la formación, mantuvo que una juventud educada con rectitud interior acerca de la dignidad de la persona, haría más por una auténtica y limpia libertad de expresión que toda una serie de leyes limitativas y prohibitivas.

Entre las diversas manifestaciones de los asistentes, José Gabriel Vera Beorlegui, director de Oficina de Información de la Conferencia Episcopal Española (CEE), tomó la palabra para felicitar a organizadores y participantes en el foro, tras lo cual manifestó su temor de que basar la libertad de expresión en el derecho establecería diferencias entre unos países y otros, e impediría afirmar que en alguno de ellos no existe, ya que las posibilidades de ejercerla dependerían del sistema jurídico y cultural.

El humor y la libertad de expresión

Al comenzar el coloquio, el académico Jesús de Garay planteaba cómo ha de plantearse un humorista la libertad de expresión, a lo que Pedro Rodríguez había respondido que, si tiene claro lo que significa la dignidad de la persona, “debe actuar en consecuencia”. Pero no fue hasta cerca del final de la sesión cuando un humorista tomó la palabra: Juanjo Cuerda, miembro del consejo de redacción de la revista satírica El Jueves, para reivindicar que la libertad de expresión no está solo para decir cosas bonitas, sino también cosas soeces, salvajes o sexualmente procaces.

Como humorista, Cuerda admitió límites a la libertad de expresión, “o yo, al menos, los tengo. Pero son bastante distantes de las creencias religiosas y de algunas otras cosas”. “A raíz del atentado contra el semanario Charlie Hebdo —aseguró— nos pusimos todos la etiqueta a favor de la libertad de expresión, pero este derecho tiene muchas contradicciones. Creo que sería ingenuo decir que la libertad de expresión no tiene límites, porque todo lo que forma parte del lenguaje de las personas lo tiene, en cuanto que forma parte de la sociedad y la sociedad tiene reglas”. Cuerda destacó que su trabajo es positivo porque denuncia los desmanes de los poderosos, y que el límite que él se impone está en no meterse con las personas con alguna debilidad o defecto del que no son responsables.

A renglón seguido, la doctora Blanca Castilla de Cortázar afirmó que el humorista José Mota hubiera tenido bastante que decir sobre lo saludable que es el humor para el bienestar humano. Del humor de Mota, continuó, se dice, que es más cervantino que quevedesco, porque es respetuoso con las personas, porque con su humor se ríe de los demás, y de si mismo, sin herirles, un tipo de humor, en fin, que ayuda a vivir.

Desde que se cerró el acto hasta que abandonaron el edificio, de manera pausada y con frecuentes paradas en su camino, el padre Vera Beorlegui y el humorista Juanjo Cuerda entablaron un sereno y apacible diálogo sobre lo que se acababa de tratar. Era una prueba más de que el foro sobre los límites de la libertad de expresión había logrado el objetivo que se proponía: provocar la reflexión entre diferentes sectores sociales.